EL EJE DE LA LIDIA

EL EJE DE LA LIDIA
"Normalmente, el primer puyazo lo toman bien los toros, y si ése fuera el único del tercio, todos parecerían bravos. En el segundo ya empiezan a dar síntomas de su categoría de bravura. Y es en el tercero donde se define de verdad si el toro es bravo o no. En el tercer puyazo casi todos los toros cantan la gallina, se suele decir". JOAQUÍN VIDAL : "El Toreo es Grandeza". Foto: "Jardinero" de la Ganadería los Maños, primera de cuatro entradas al caballo. Corrida Concurso VIC FEZENSAC 2017. Foto : Pocho Paccini Bustos.

domingo, abril 19, 2015

LA VIGENCIA DE DON LUIS FERNÁNDEZ SALCEDO

"Prólogos de ayer que parecen para hoy"

"Esta pasada tarde, repasando algunos libros raros de toros, me he encontrado, con enorme placer –por cierto- con un prólogo olvidado del que siempre he considerado como mi mayor y mejor maestro en estas liudes taurómacas, don Luis Fernández Salcedo.  No voy a descubrirles ahora la figura del que puede ser considerado como uno de los mejores escritores taurinos de todos los tiempos, su   perfecto manejo del castellano, su brillante aproximación al campo bravo de Colmenar, sus inigualables “Cuentos del Viejo Mayoral”, su amplia doctrina sobre el toro bravo como ¡esencia y elemento indispensable en la corrida, son de todos –creo- conocidos. Y si hay alguien que no lo conoce todavía, quizá esté perdiendo tiempo para hacerlo, ¡vaya y cómprese cualquiera de sus exquisitos libros!
Sorpresa, porque no recordaba en absoluto el prologuillo de marras, en libro del abogado portugués Dr. Saraiva Lima que a la par que al mundo del derecho nos dejó una ingente obra taurómaca y que hizo más que pinitos en la crítica taurina en su país. El libro, “Panorama del toreo en Portugal” es fruto de una conferencia que el autor pronunció en el Salón de Actos del Ateneo de Madrid, el día 11 de julio de 1949. Lleva un Preámbulo de Ricardo García K-Hito y un comentario, a modo de prólogo, de Luis Fernández Salcedo.
Don Luis, como cariñosamente le llamábamos aquellos jóvenes de entonces, escribe en el prólogo cosas verdaderamente admirables. Estamos en 1949 todavía, el libro vería la luz en los inicios del siguiente año. Escuchen… o lean:
Apenas estrechó mi mano, como consumado prestidigitador, sacó de la bocamanga un ejemplar de su obra “Da barreira” y abriéndolo por la página 185 me mostró un artículo titulado “A missao da critica”, al frente del cual había esos rengloncitos cortos, debajo de los cuales suele ponerse, entre paréntesis, Plinio el Viejo o La Rochefoucauld. Pero esta vez dicen solamente Fernández Salcedo.  Tuve curiosidad por leer la cita que decía así: “La crítica ha perdido totalmente su misión orientadora del público, la de contrariarle en sus gustos, que es la principal, aunque la meno grata”.
-¿Qué le parece?
-No está mal traído.
-¿Recuerda haberla escrito?
-En absoluto.
-Poes lo tomé de “Los viajeros para Diego de León”
-Me extraña que me atreviese a tanto…”.
Hasta aquí la cita. ¡Vaya frase! ¡Qué completa actualidad! Hoy que la crítica tanto acompaña a la mayoría, por no indisponerse con las empresas, con los toreros, con los ganaderos y con la masa del público, ¡cuánta falta hace que se la recuerden! Caramba, no estaría de más que la grabasen en letras de bronce en el frontispicio de las Facultades de Periodismo. Sé que es incómoda esa labor, ingrata tantas veces, pero a su vez tan necesaria… Pero claro, como dijo otro gran escritor, crítico y aficionado como Edmundo G. Acebal, para ser crítico se necesita saber, al menos, quién fue Valentín Martín… y eso hoy no lo saben más que cuatro aficionados, añado yo.
Don Luis Fernández Salcedo, tal y como le recordamos, pero sin bastón...
Sigamos… Don Luis añade que le sorprendió gratamente una comparación que a muchos puede resultar cuando menos curiosa, pero dejen que lo explique:
Fue para mí una nota de gran originalidad, y atrayente sentido crítico de altura, la comparación de Simao da Viega y Joäo Nuncio con “Gallito y Belmonte”. A primera vista parece fuera de lugar comparar a dos rejoneadores con dos espadas y, sin embargo, desde el primer momento prendió en nosotros el impecable razonamiento de Saraiva. En efecto, la lucha entre gallistas y belmontistas no fue más que la pugna de dos ideas eternas: la del clasicismo a ultranza y la de la renovación a fondo. Se comprende perfectamente que cada cual, según su temperamento opte por una u otra manera de reaccionar ante la realidad y por eso el choque, o mejor dicho, el entrelazamiento de las ideas básicas, a pleno sol y en la imparcial y abstracta redondez del ruedo, tiene que ser siempre un espectáculo maravilloso”.
Y añado yo, ¿no se sigue produciendo todavía en nuestros días ese choque? Los que gustan del clasicismo de Morante, ¿no enfrentan su pasión a la de los que gustan del revolucionario –y para mí sin fundamento plausible- paso atrás que tanto se `practica para ligar cediendo terreno al toro? Dos formas de ver el toreo…, ayer como hoy.
Pero don Luis nos recuerda que “Aquellos siete años [los del emparejamiento de José y Juan] –no nos cansaremos nunca de decirlo- fueron la edad de oro del toreo. Ni antes se llegó nunca a una síntesis tan perfecta, ni después se ha vuelto a alcanzar la meta, que cada vez se ha de ver más lejana. Por eso “Gallito” y Belmonte tienen la categoría de símbolos, y cualquier comparación, que razonadamente se proyecte sobre sus figuras, dará en el blanco y se quedará para siempre en nuestro recuerdo”.
Se queja Ferández Salcedo de aalgo que hoy es ley absoluta en el toro: “Aquí en España tenemos actualmente planteado el problema opuesto. Los toros son demasiado descorridos, es decir, exageradamente claros, nobles, pastueños, inocentes e ingenuos y en ese mar de dulzor se va `perdiendo la emoción, que es la base de la fiesta”. Parece como si lo hubiera escrito yo mismo antes de ayer, pero está escrito en 1949, ¿qué cambio habría visto el que fuera ganadero de Martínez en los ganados de esos últimos años? Y añade: “Pues bien, el ganado bravo, que en manos de los competentísimos ganaderos españoles se moldea como barro de escultor, en la actualidad se está pasando del punto de dulce. Y como la sensación de ser el toro temible ya apenas procede de la edad, de la corpulencia, de los pitones o de la bravura auténtica, si tampoco va a dimanar del lado de una pequeña dificultad… ¡estamos perdidos! Cuando el público dice: `Eso lo hago yo´, se acabaron las ovaciones”.  
Ahonda párrafos más adelante en la idea: “Los ganaderos han logrado un toro tan bueno, tan bueno para el espada que… dentro de muy poco va a virar a malo”. Parece que sentencia el actual camino del toro en pos de la toreabilidad; recuerden no obstante, que esto se escribió en la raya de la mitad del siglo anterior, cuando los toros aunque manejables ya, tenían bastante más casta que los actuales… pero el camino es idéntico.
Comenta, a continuación, la opinión de Saraiva defendiendo que en Portugal los toros deberían correrse en puntas, lo que fue contradicho por el Embajador portugués en el almuerzo subsiguiente. Y entonces, el bueno de don Luis, nos dice dos o tres cosas también francamente interesantes: “Hay quien opina que el toro, acostumbrado a manejar un cuerno de 40 centímetros cuando éste tiene 36 [fruto del afeitado en España] se detiene 6 centímetros antes de llegar al objeto. Esto es absurdo. Suponeos que un criminal apuñala a varias personas con un cuchillo de 30 cms de largo. Si un buen día lleva uno que solamente tiene 20, es imposible admitir que levante la mano y al dejarla caer sobre su víctima la detenga 10 cm antes de herirla, porque el brazo representa una fuerza en movimiento, que no se detiene hasta que encuentra un obstáculo; en este caso el pecho de la víctima. Otros aficionados sostienen que la razón de cortar las puntas es porque, no teniéndolas, es imposible que el toro puntee en la muleta, detalle que molesta hoy casi tanto a los diestros como la presencia de banderillas en el morrillo”. Y sigue apuntando: “Hay quien cree que la razón del afeitado es de orden puramente psicológico, ya que el espada, al saber que a su enemigo le han suprimido cuatro dedos de pitón, experimenta una satisfacción equivalente a la del caballero que logra pasar un encendedor de contrabando”.

Un toro de Luciano Cobaleda de 1979... sin manicura -creo...-
Pero no, en su opinión “el verdadero motivo es que como los toreros son, afortunadamente, cada día más cultos, dominan la electrotecnia y saben, por tanto, que la electricidad se escapa por las puntas, y por eso dicen `fuera las puntas´, para evitar esas manifestaciones eléctricas, que en un tiempo se llamaron nervio y hoy se llaman `jiribilla´.” Más claro que el agua, el autor defiende, como yo lo he dicho en más de una ocasión, que lo principal es el quebranto físico y psicológico del toro, que le resta fuerzas y temperamento…
Pero no termina en ello, sino que sigue diciendo: “En esto del afeitado, lo peor es que ya se practica el de 2º y aun el de 3º grado. Cuando empezó la moda inglesa de llevar el rostro limpio de pelo, se creía que bastaba con afeitarse por la mañana. Pero después se su`po que la máxima duración del rasurado para un gentleman era de seis horas, es decir, que un señor, absolutamente correcto, se podrá afeitar tres veces al día; p.e. a las 8, a la 1 ½ y a las 7. Y esto mismo es lo que, al parecer, se viene haciendo a los toros, con éxito, o sea: afeitar en el campo a principios de invierno; dar otra pasada al embarcar la corrida y apurar, si es preciso, en los propios corrales. `Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad´ como dentro de poco se cantará `por ser la Virgen de la Paloma´.”  De verdad ¿creen ustedes que en esto ha habido retroceso, o siguen adelantando las ciencias una barbaridad…? ¿No se han preguntado, como yo, cómo es que muchos ganaderos afeitadores han decidido ponerles fundas a los toros para –supuestamente- preservarles sus pitones? ¿No será para que no se los vea nadie? Ya sabemos que intentan también con ello preservar de cornadas –y de posibles bajas indeseadas- a la camada… pero ya que estamos y hay que quitarles las dichosas fundas… un repasito en el mismo mueco…
La solución de don Luis, con esa gracia serrana y severa que Dios le dio, no era otra que “el final previsto es el toro llevando en cada cuerno una bola como la que remata el pasamanos de las escaleras, pintada con los colores de la divisa, para que resulte más decorativo”… ¡Qué tarde tan grata me ha vuelto a hacer pasar Fernández Salcedo…! y entre tanto en Palencia se estarán lidiando reses de  Zalduendo..."

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